Ser la generación bisagra

Llegar a la madurez supone llegar a momentos de ciertos balances, de pensar en nuestra trayectoria y en pesar en legados que nos trasciendan. Se nos ha llamado generación x, generación o generación Peter Pan

Somos los hijos y las hijas de los amores liberales de la época del peace and love. Somos tal vez la última generación que recordará como era la vida antes sin Internet: los tiempos de aquellas barriadas llenas de jóvenes reunidos, la generación que compartía en espacios como el barrio y el parque, que compartió juegos al aire libre como quedó, escondido o congelado, antes de que el barrio y el parque tuvieran la connotación siniestra de la actualidad.

Fuimos probablemente la última generación que conoció una educación donde había escuela y colegio público de calidad y que podía aspirar a la universidad pública. Fuimos la última generación en que en la escuela pública los hijos de un verdulero compartían clases con los de un médico, donde nadie era menos.

Fuimos la generación que creció en medio de Atari, Nintendo y play, que tuvo que aprender a usar tecnología sin Manual. Fuimos la  generación  que  Internet  pilló desde su adolescencia, y que ha crecido  tratando de  verse  cara  a cara, pero cada vez más  marcada  por la mediación de une  pantalla  que une  y separa.

Fuimos la generación que vio caer al Muro y con él todo una época de sueños y líderes. Que ha atestiguado acontecimientos como los atentados del 11 de setiembre y la primavera árabe.

Fuimos la generación a la que en el medio de los estudios colegiales y universitarios tuvo que salir a las calles para luchar contra un proyecto de modernización del ICE y que tuvo que vivir las primeras polarizaciones cuando le tocó votar en el referéndum. Fuimos la generación que creyó y trabajó por un cambio, y que sigue esperando un cambio que no llega.

Crecimos en la crisis del Estado de Bienestar y la sociedad patriarcal. Crecimos viendo cómo muchos de los esquemas que nos enseñaron se rompieron y tuvimos que aprender a generar nuevos nuevas formas de relacionarnos. Ese es un proceso inacabado en el cual aún acarreamos deudas.

Somos la Generación de la transición, que guarda en su mente y corazón las memorias de aquella bella vida sin Internet pero que han sido testigos de cómo la tecnología les ha coqueteado durante toda su vida encantándolos con su mágica manera de poner la información en sus manos.

Somos la generación de la transición, la generación bisagra, estamos en medio de dos mundos, en medio de dos siglos. Saberse bisagra, es saber el peso de la herencia que recibimos, en la que las bases de la casa común se basaban en las ideas de universalidad y solidaridad, que hoy lucen envejecidas, ante el avance de la idea de un mercado que divide y separa. Hoy a algunos que no tuvieron la dicha de crecer en espacios sin diferencias sociales, les cuesta pensar integrando a los demás.

Hoy, otras palabras se vuelven, como la idea de la crisis misma, una palabra porosa. Desde los años ochenta, el discurso de la crisis se ha usado para justificar los cambios que han venido desgastando la institucionalidad, y que dieron paso al modelo de mercado que hoy nos rige. Ese es el laberinto al que nuestra generación se enfrenta: un momento en que el discurso de la única salida no funciona, porque no se ve luz al final del túnel.

En este momento de perplejidad, creemos que la discusión nacional no debe centrarse solo en el discurso de la salida de la crisis. Como dijimos, para nuestra generación vienen escuchando sobre la crisis prácticamente desde la cuna, pero las condiciones sociales no mejoran, sino que las diferencian se ensanchan.

Hoy, nuestra generación está llevando una gran responsabilidad en sus espaldas: somos cuidadores sociales, ocupándonos activamente en múltiples funciones, vigilantes del desarrollo de sus hijos y algunos hasta nietos, pero además ocupándose de sus padres que han envejecido.

Creemos que en esas circunstancias,  al entrar a la etapa  de la madurez, nuestro reto es implicarnos dentro de la discusión nacional, ser un puente para las generaciones que nacieron  con el nuevo siglo, muchas de las cuales no  conocieron ese mundo en que nos tocó vivir.

El mayor  reto  de nuestra generación es  recuperar  las ideas  de  universalidad  y  solidaridad, que  fueron el motor que animó a la Segunda República  y mucha de la institucionalidad que nos dio como país los índices de desarrollo que aún conservamos.

Un primer paso es trascender el miedo que acompaña al momento actual, es decir superar este período caracterizado por la amargura y el pesimismo y tomar las riendas de los cambios. El reto de nuestra generación es afrontar el desafío de la desigualdad oculto durante tantos años y que se pone al descubierto con la actual pandemia.

Un ejemplo de nuestras condiciones desiguales, lo constituyen las llamadas cuarterías y sus condiciones de surgimiento, que son el símbolo tanto del ocaso de la idea del Estado de Bienestar, como de las promesas incumplidas del mercado. Superar la crisis no implica sólo superar la enfermedad sino poder incluir a estas poblaciones.

Un reto de tal envergadura, no es fácil, pues supone superar una visión de corto plazo, más allá de los cuatro años que dura un gobierno en la actualidad y supone la creación de un pacto social en el que todas los sectores tengan voz, de un pacto social  que no solo priorice el crecimiento económico, sino que cree las condiciones  para una efectiva distribución de las cargas y los ingresos la distribución del ingreso.

Creemos igualmente que nuestra responsabilidad como generación defender la paz social. Desde ese punto nos preocupan que en momentos  en que  en la mayoría  de  países surgen  iniciativas  dirigidas a conciliar el tiempo laboral con la vida familiar y personal, se aproveche el contexto actual de  crisis para ampliar jornadas laborales, que implica poner en discusión derechos esenciales de la clase  trabajadora:  el derecho  a una jornada  máxima de trabajo,  el derecho  al descanso, entendido  como  ese  espacio  donde se recuperan  las  fuerzas físicas y mentales, y el derecho al pago  de tiempo  extraordinario, entendido  como la contraprestación por necesidades urgentes  e imperiosas de la empresa.

Una reforma así, que además no se puede dar de espaldas a la Constitución y a los tratados internacionales implica volver al pasado, a los tiempos previos a la reforma social impulsada durante las décadas de los años veinte y treinta y que se concretaron en las reformas sociales de la década de los cuarenta, las cuales se encuentran vigentes. Revisar un pacto social de estas condiciones, no solo implica volver al pasado, sino perder el futuro.

Dickens hablaba de su tiempo como el mejor y peor de los tiempos, pero cada época es así. Es hora de que nos emancipemos de las circunstancias en que nos ha tocado vivir, y que como esa generación de transición entre siglos, seamos esa bisagra que permita el paso de la herencia de las mejores tradiciones y que creen las condiciones para un país más inclusivo.

Los artículos de opinión aquí publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de EL MUNDO. Cualquier persona interesada en publicar un artículo de opinión en este medio puede hacerlo, enviando el texto con nombre completo, foto en PDF de la cédula de identidad por ambos lados y número de teléfono al correo redaccion@elmundo.cr, o elmundocr@gmail.com.

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