Ninfa Santos en Amor quiere que muera

» Por Lic. Miguel Fajardo Korea - Premio Nacional de Promoción y Difusión Cultural

Su obra tiene el acento de la poesía amatoria y se encuentra tejida de diversos momentos y circunstancias, no siempre felices, en el plano sentimental. Por ello, incluye diversas acciones verbales que denotan espacios simbólicos de encerramiento, de castigo: apartar, cerrar, arrancar, destrozar, cegar, perseguir, quemar, aventar. En cada uno de ellos, el mapa semántico bordea significados expresivos difíciles, pero ella es perseverante  “hasta un país donde nunca te acerques” (AQQM, 9).

La poetisa Ninfa Santos (1916-1990) pasó su niñez en la hacienda “La América”, de la familia Santos, en Guanacaste.

Su único libro se titula Amor quiere que muera. Es un intertexto de Garcilaso con función de epígrafe: “Amor quiere que muera sin reparo”. Ninfa Santos publica su único poemario  a los 33 años de edad, pero el libro es prácticamente desconocido en Costa Rica.

La edición fue patrocinada por la revista América, de México, en 1949. Tirada de 500 ejemplares; consta de 407 versos, con 10 dibujos de Santos Balmori. Alejandro Finisterre lo reedita  en 1985, con dibujo de Paloma Díaz Abreu.

Costa Rica  edita su pequeño libro 64 años después (San José: UNED, 2013: 30 pp.). Volumen 10 de la serie Poesía Rescate, al cuidado del escritor y editor Gustavo Solórzano Alfaro. Tirada de 1000 ejemplares.

En el prólogo, la escritora costarricense Mía Gallegos expresa: “Se reúnen en este tomo doce poemas que hablan de la ausencia del amor: una ruptura, un alejamiento, una tortura, un duelo… No es un amor festivo del que habla Ninfa; tampoco se refleja en estos poemas la consolidación del amor erótico (…) El proceso de síntesis, la precisión, así como la ausencia de frases hechas y de lugares comunes hacen que Amor quiere que muera sea un notable libro de poesía que debe ser leído por las nuevas generaciones”. (pp. xiii-xv)

La hablante no escinde su sentimiento, sino que es enfática en su declaración amatoria y dolorosa “AMARTE, darme a mi dolor de ti, / a la amarga conciencia de mi duelo” (p. 11). La entrega corporal se convierte en un reclamo, donde cada parte del descubrimiento del cuerpo se menciona para concluir en un sistema recolectivo: piernas, hombros, dedos, manos, pelo: “Amar mi cuerpo solamente / porque tu cuerpo / lo hizo de verdad cuerpo. / Mirar la servidumbre de mis piernas / que me llevan a ti” (AQQM, 11).

Es decir, el cuerpo se reescribe con el acento de la incompletitud. Su cuerpo se materializa como un vehiculizador, como un tránsito para intentar alcanzar el cuerpo del amado, pero no con la correspondencia ni la intensidad  amatoria.

Apela al consuelo de una flor para colocarla sobre “el pecho de tu ternura muerta”. La desgarran los sitios recorridos con el amado, por ello, acude a elementos de autoagresión, tales como morir, perderme, destrozarme, huir “donde tu nombre no se me vuelva angustia” (AQQM, 13). Es el caso de un doloroso lamento contra lo irrecuperable.

En el poema ‘Elegía’, las constantes  interrogaciones retóricas ahondan un estado de desarraigo contra el orden de los elementos de la vida cotidiana “Ahora que no eres más que un largo silencio irredimible / un pedazo de tierra junto al mar (…) Hombre que amara, ¿dónde duerme tu largo sueño? (…) ¿Quién te cerró los ojos de mar de junio / quién te llora hoy, / cuando yo me he quedado sin lágrimas” (AQQM, 28-29).

La angustia de la voz lírica es acezante y el verso que lo confirma es de una alta intensidad: “Esta jauría que has soltado en mi pecho / es el dolor”, por eso reclama su duelo: “si te dura una parte de mi angustia / por mirarte ser hombre, / no mi intacto sepulcro”. Es una especie de soliloquio del desamor expresa: “AMARTE, darme a mi dolor de ti (…) ahora que no me amas, / humildemente” (AQQM, 11), o bien, “Morir, perderme, destrozarme, huir / donde no estén tus ojos (…) donde tu nombre no se me vuelva angustia” (AQQM).

La hablante lírica se refiere a otra corporalidad: “y no vigilo el odio de mis manos (…) / esclavas y mendigas, / de nuevo hacia tu rostro” (AQQM, 16). En el orbe lírico de Ninfa Santos hay una apuesta por la oscura luz: “No estoy llorando por él, / me estoy llorando yo misma”. El infortunio, el desamor de la práctica amatoria acentúan su espacio, que se extiende con una ramificación de fibras y tejidos. Clama y ahonda su llanto desde ella para los otros. La extensión de su martirio no reconoce fronteras.

La conjugación de elementos disímiles, lleva al yo lírico a expresar una síntesis poblada de pesimismo, tal como una planta sin flor, como un nido sin raíces. Su desesperación campea en un ciego alarido, en un fiero llanto, en un grito sin voz, en un dolor sin canto “Tal es mi juventud y junto a ella, / detrás de esta miseria, tu fantasma” (AQQM).

La mirada del recuerdo sobre el amado ausente se corporeiza con crueldad en su memoria “Te estoy viendo crecer recto, seguro, / sin fin (…) Ya se afilan mis dedos en la angustia / de acariciar tu ausencia y poseerla. Toda mi llaga se retuerce y gime, / se destroza, aniquila y agiganta; / todo mi ser arrodillado ruega, / clama, implora, se humilla, se desangra” (AQQM, 19).

Numerosos verbos apuntan hacia los símbolos de la autoagresión: afilan, retuerce, gime, destroza, aniquila, desangra. Según Roland Barthes, en esa dimensión textual: “exploro el cuerpo del otro como si quisiera ver lo que tiene dentro, como si la causa mecánica de mi deseo estuviera en el cuerpo adverso”.

La ausencia de palabras por parte del amado es un vacío  que opera como un vector de dominio fonocéntrico, por ello, la amada reclama lo no dicho. Con vehemencia, pide ser oída: “Si NADA más oyeras una palabra, una” (AQQM, 21), pero esa palabra ofrece un campo semántico como un dolorido sentir, que se llena de hondas significaciones: “la más íntima / una sola palabra, así, pequeña, / menuda, tierna, brisa, lucero amanecido (…) “lo que no dijimos y era nuestro y nos pertenecía y nunca usamos”.

En otro apartado, la hablante ya no quiere ser solo oída, sino escuchada. Su vehemencia es apabullante “Si me escucharas nada más un instante / y este dolor, este apegarme a ti, / este deseo, este deseo, esta sed de tu alma, / este aletear de nube junto a tu rostro frío, / algo nuestro aunque fuera nada más un sollozo”. De ese llamado urgente, sin respuesta, la hablante se conformaría con un sollozo “mi más largo sollozo (…) para hacerte bajar la mirada de piedra / y tomarme y destruirme” (AQQM, 23).

Es decir, ante las súplicas de su oratorio persuasivo, ante la rotundidad de la negativa, tanto de ser oída como escuchada,  increpa, con su sollozo, para que baje la mirada de piedra de su amado: la tome y la destruya. Es una especie de sistema recolectivo, que apunta hacia los símbolos plurisignificativos, tanto de la devoración como de la aniquilación, es decir, la autoagresión, producto de los recurrentes desencantos amorosos.

La separación geográfica encuentra eco en su poesía, y refleja su sentir, a la luz de un proceso de cambios contextuales, que la hablante prevé sin identidad, lleno de una gran despersonalización: “Ahora me iré a una ciudad lejana / de hombres extraños que hablan extraña lengua; hombres indiferentes cuyo dolor ignoraré / así como ellos ignorarán este largo sollozo / que camina, sonríe, se detiene, pasa” (p. 29).

La voz lírica sabe que en otros contextos habrá indiferencia, incomunicación. Para  Fabienne Bradu: “Ninfa adivinaba las imágenes de su futura soledad (…) Se sentía “íngrima y sola” (…) La soledad se fue transformando en una severa depresión”.

En Amor quiere que muera, de la costarricense Ninfa Santos, su desgarramiento amatorio es intenso. Pregunta al tú lírico, pero inherentemente responde “¿Quién te llora hoy, / cuando yo me he quedado sin lágrimas” (AQQM, 29). Su quebrantado sentir es un sortilegio “cómo me dueles / ahora / que se ha partido / mi sueño” (AQQM, 37). Existe una indagación entristecida y delicada, pero llena de duelos, reclamaciones, rotundidades, cuyo discurso guarda algunos acercamientos con los poemas de ruptura del poema romano Catulo.

En otro orden, el universo poético de Ninfa Santos, quien adquirió la nacionalidad mexicana, le canta a la cotidianeidad: gotas, tardes, tristezas, vientos. Quiere ir a Anacostia, un lugar en el corazón de los sauces, en el silencio, en la voz del sueño y la verdad “Dicen que un río oscuro / te atraviesa / en el centro” (AQQM, 49).

La construcción metódica de ese espacio interior, mágico,  es una especie de reducto místico, de conciencia interior. Un espacio en el secreto resquicio del silencio, aunque nadie la llame, es el de su corazón enfermo entre los sauces, ¿será el sauce llorón?. Esta planta guía el curso del agua (lágrimas): “Mi corazón debe ir / por Anacostia, / primero / antes de que sea tarde y me lo arrebate / el viento” (AQQM, 45-46).

Para  Antidio Cabal (1925-2012): “Anacostia es el principio in situ, colocado, puesto, establecido, inaccidentable (…), la Ninfa Santos inllagable, la que nunca tendrá deudas exteriores, cuyos límites no pueden ser traspasados por el mundo y la carne como magmas de la meteorología de las pasiones del oro, plata y plomo” (Cabal, 2004, 18).

En ese sentido, cada ser humano construye un alero de unidad, de esencia, desde donde es posible leernos para ser y sentir; para vivir y crecer, no importa las dimensiones difíciles que se tenga en las batallas cotidianas, de una vida tan llena de accidentes y móviles complejos como la suya. En todo caso, la vida en sí, es un arte  por entender…

El sistema de significados poéticos, en Amor quiere que muera, registra imágenes sensoriales que reivindican el descubrimiento integral del cuerpo y, a partir de dicho eje, el proceso comunicativo de los elementos femeninos y masculinos, muestran expresiones con evocación de imágenes y símbolos de lo erótico y sexual, propios del deseo, producto de una cosmovisión amatoria sin equidad, y de la experiencia integral de la sexualidad.

En síntesis, Amor quiere que muera, de la poetisa costarricense Ninfa Santos (1916-1990), representa un hallazgo en la palabra, a pesar de la dolorosa ubicuidad de su vida. En ella, los sauces incrustan el corazón en el reducto íntimo e irreductible de Anacostia, donde la amada, herida y golpeada, quiere liberar su corazón contra el silencio, los vacíos, los desplantes, las rupturas, los alejamientos, las heridas…

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Destaco la significativa aportación del número especial de la revista Hoja en Blanco (Aire en el Agua Editores). (Agosto, 2004). 2 (2), que dedicó 40 páginas a la obra de Ninfa Santos. Hoja en blanco, editada por Álvaro Mata Guillé, es de singular trascendencia para el conocimiento y reconocimiento de la obra de Ninfa Santos e, igualmente, marca un paso decisivo para la recuperar su nombre contra la marginalización de su única y estupenda obra, dentro del panorama literario costarricense.

El Consejo Editorial de Hoja en blanco, integrado por Irene Sancho, Marco Mendoza, Guadalupe Elizalde,  y Álvaro Mata Guillé, contó con el aporte de Fabienne Bradu y Antidio Cabal, quienes dieron una gran presencia a dicho homenaje.

Destaco, con gran ventaja, el extraordinario trabajo difusor de la escritora francesa Fabienne Bradu (1954), por cuanto en su libro (Damas del corazón. México: Fondo de Cultura Económica, 1996: 289), dedica 67 páginas, al intenso retrato biobibliográfico sobre Ninfa Santos, donde incluye 12 fotografías, acerca de su entorno vital y existencial.

En marzo del 2009, el académico mexicano, Francisco Pérez Torres, me solicitó una copia del poemario de Ninfa Santos, para incluirla en su tesis doctoral, pero como escritora mexicana, que había publicado en el lapso (1920-1970).

En nuestro trabajo académico, en la  Universidad Nacional de Costa Rica, incluimos y analizamos la obra lírica de Ninfa Santos, en el curso ‘Escritoras centroamericanas del siglo XX’. Los universitarios mostraron gran adhesión con dicho acercamiento poético.

La legión  de las “transterradas” costarricenses tiene nombres de enorme calidad artística: Carmen Lyra, Ninfa Santos, Yolanda Oreamuno, Eunice Odio, Victoria Urbano, Rima de Vallbona, Chavela Vargas…

La Asociación de Escritoras de Costa Rica, rindió homenaje a Ninfa Santos, en el centenario de su natalicio, durante el III Encuentro de Literatura de Mujeres en Costa Rica, tanto en San José como en San Ramón.  Guanacaste se suma, ahora.

La poetisa Ninfa Santos, nació el 13 de octubre de 1916; falleció el 26 de julio de 1990. A 28 años de su desaparición física, su poesía empieza a alumbrar, con derecho propio, contra viento y marea. Su nombre reclama un merecido espacio en las letras costarricenses, tan esquivas con ella, donde su nombre se continúa pronunciando con cautela y entre  murmuraciones insólitas…

Los artículos de opinión aquí publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de EL MUNDO. Cualquier persona interesada en publicar un artículo de opinión en este medio puede hacerlo, enviando el texto con nombre completo, fotocopia de la cédula de identidad por ambos lados y número de teléfono al correo redaccion@elmundo.cr.

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